Si se analiza objetivamente el encuentro frente al Sevilla, abstrayéndonos de la situación que arrastra el conjunto blanco, marcada por una ostensible crisis institucional y deportiva, el aficionado podría encontrar consuelo en el hecho incuestionable de que el árbitro dejó de sancionar un penalty de Palop sobre Higuaín que hubiera supuesto la consagración de la remontada para expulsar incomprensiblemente a Robben, el mejor hombre del partido y la única buena noticia de la noche. No obstante, el fútbol no es solo fútbol, no lo es porque la reacción de los blancos durante la segunda parte fue un dechado baldío de entrega y coraje sin orden ni juego y porque anteriormente los sufridos seguidores que se concitaban en el Bernabéu habían contemplado abochornados una asamblea en la que se pusieron de manifiesto las turbulencias por las que atraviesa la nave blanca. Una nave comandada por un Calderón que probablemente esté viviendo sus últimos meses en la presidencia y cuya errática política de altas y bajas para esta temporada ha configurado un equipo más bien mediocre castigado además ferozmente por las lesiones e incapaz de hilvanar cuatro pases seguidos en el medio del campo.
Tras un arranque prometedor en el que Robben dispuso de la primera ocasión del encuentro, Navas le ganó la espalda a un desconcertante y desconcertado Marcelo para colgar la pelota sobre el área pequeña. Íker no acertó a despejar y el balón fue a parar a Adriano que lo introdujo en la portería entre las piernas de Ramos y Salgado. La mala actuación de Casillas debería considerarse anecdótica, el meta blanco continúa teniendo crédito, pues un mes malo no puede empañar una trayectoria impecable. Sin embargo, dada la actual situación del club, el hecho de que probablemente el hombre más determinante en los últimos tiempos no pase por su mejor momento resulta significativo. Dudar de Íker es dudar de la única certeza que ha poseído este equipo en los últimos tiempos, si desaparece ese aura milagrera, esa estampa de santo de la que ha disfrutado el mostoleño a lo largo de su carrera quedan pocas cosas a la que agarrarse para seguir confiando en este proyecto, equivale a poner en tela de juicio la santísima trinidad y pretender seguir profesando el catolicismo. De continuar así las cosas, esta crisis puede convertirse, al margen de todo lo demás, en una crisis de valores.
Y es que el otro valor irrenunciable al que se ha asido el madridismo, la épica, también naufragó ayer noche. Fue el central, no conviene olvidar este dato, Sergio Ramos, quien en un ataque de histeria cabalgó hasta las inmediaciones del área sevillista para provocar el golpe franco que originaría las tablas. Guti puso el balón en el área para que Raúl con un remate en plancha tras un desmarque marca de la casa convirtiera el gol. Poco duraría la igualdad, tan solo un minuto después Marcelo se llevaría por delante a Navas, en la única forma solvente que encontró de pararlo. Renato centraría para que Romaric, elevándose por encima de Robben, su inexplicable marcador, y de Cannavaro, tendido polémicamente en el suelo tras una pugna con Escudé, adelantara nuevamente a los suyos.
La ventaja en el marcador propició que el Sevilla se replegara atrás e hiciera valer su superioridad en el centro del campo para frustrar las tímidas acometidas blancas. Ni Van der Vaart, ni Guti, ni Gago fueron capaces de orquestar las acciones de ataque y cuando la primera parte se acercaba a su final con un incómodo pero asequible 1-2 en el marcador, Kanouté aprovecharía un nuevo error de la zaga merengue para, tras un rechace, aumentar la diferencia.
En la segunda mitad Schuster decidió dar entrada a Drenthe sustituyendo a un impreciso pero voluntarioso van der Vaart. Es decir, el Madrid decidió renunciar definitivamente al juego y encomendarse con una pasión camicace a la victoria por la vía del empujón, y no le fue del todo mal. Primero sería Higuaín quien tras hacerse con el balón en el centro del campo consiguió llegar hasta la frontal del área para batir con un disparo cruzado y potente a Palop. Gago, tras una asistencia de Guti, fruto de una falta, restablecería el empate. La defensa de los nervionenses se veía desbordada una y otra vez por Drenthe y Robben que penetraban con suma facilidad por ambos flancos, las líneas adelantadas del Madrid taponaban los ataques rivales y el asedio llegó a hacerse asfixiante. La hinchada, que durante el descanso arremetió contra la presidencia, descargaba su animosidad casi homicida contra el equipo visitante y todo parecía presagiar una nueva remontada, una nueva y manida exhibición de épica. En esas llegó el lance decisivo del encuentro. Palop agarró a Higuaín cuando éste se disponía a marcar con la puerta vacía tras una accidentada jugada llevada a cabo por Robben, el árbitro decidió seguir el juego y el aparatoso remate del Pipita desde el suelo se estrelló contra el travesaño. Entonces Robben protestó indignado ante González Vázquez, éste castigó al holandés con la segunda amonestación, lo que le hará perderse el partido frente al Barcelona.
Este envite, que hubiera supuesto la expulsión de Palop y el penalty que daría la ventaja a los locales y que se saldó con un desenlace tan inicuo como imprevisto marcó definitivamente el devenir del choque. El denodado esfuerzo de los de Schuster pasó factura y el cansancio se confundió con la falta de ilusión. Renato, otra vez por alto, otra vez por la banda de Marcelo, otra vez a pase de Navas, finiquitaría el duelo dando los tres puntos a su equipo.
Nueve punto de diferencia frente al excelso Barcelona que destroza a todos y cada uno de los rivales que encuentra a su paso con una voracidad que recuerda sus mejores épocas. Nueve puntos para afrontar el derby en el Nou Camp sin Robben, sin moral y sin valores. Sin un santo al que aferrarse y sin la certidumbre en el corazón. Nueve puntos con más de nueve lesionados y con un presidente en la picota.