domingo, 16 de noviembre de 2008

"Se veía venir" (la crisis)

Tras la imagen mostrada por el Real Madrid en los últimos partidos; empate a nada en Almería, las dos derrotas frente a la Juventus, el ataque de épica sin fútbol frente al Málaga, la eliminación de copa a manos del Irún y el desastre de ayer noche frente al Valladolid; muchos son los que han diagnosticado el estado de "crisis" al equipo merengue y los más apuntan a la destitución de Bernardo Schuster como la única terapia posible. Antes de entrar a discutir si esta es la solución más adecuada, quizá sería conveniente tratar de analizar objetivamente las posibles causas de la situación que atraviesa el conjunto blanco.

En primer lugar sería conveniente preguntarse si verdaderamente los de Concha Espina están inmersos en una crisis. Su eliminación en rondas tempranas de la copa es una constante en los últimos años, esta ni siquiera es la más espectacular, pues todo buen aficionado recuerda situaciones más bochornosas como la derrota frente al Toledo en el año 2000 o el 6-1 del Zaragoza en la temporada 2005-2006, desde la que, además, no superan los octavos de final. Es consabido que los jugadores de la primera plantilla no se sienten motivados para afrontar este tipo de compromisos, ni siquiera los suplentes quieren ver en estos choques una situación para reivindicarse y para los rivales suele ser el evento más destacado de toda la temporada. Es evidente que esto puede sentar mal al aficionado, pero se trata de una realidad incuestionable. Ante un calendario sobrecargado la Copa del Rey ha perdido en los últimos tiempos el aire de grandeza que la caracterizaba y se ha convertido en uno de esos títulos los cuales si ganas pareciera que has conseguido una hazaña, pero que si pierdes no pasa absolutamente nada. Por tanto, no se pueden sacar conclusiones deportivas de esta eliminatoria, pero sí anímicas. No es el qué sino el cómo se ha producido y en el momento en que se ha dado lo que ha actuado como detonante, son las sensaciones lo que se ha dañado, la ilusión.

En Champions, tras haber conseguido una agónica y furiosa victoria en Zénit, las cosas parecían marchar bien, desde la prensa se cacareaba que la Juventus era un equipo decadente y anciano, que vivía de su leyenda y que carecía de argumentos futbolísticos reales para superar a los madrileños. Nada más lejos de la realidad, en Turín consiguieron imponerse con solvencia 2-0, pese a que los de Schuster dispusieron de innumerables ocasiones en el segundo tiempo para acortar diferencias e incluso lograr el empate, la férrea defensa de los italianos configuró un muro insoslayable. Desde entonces, los bianconeros, en la competición doméstica, no han hecho más que sumar victorias y están a tan solo tres puntos del liderato que ostenta el Ínter de Mourinho, lo que demuestra que no se trataba de un equipo fácil en absoluto. En el Bernabéu se vivió la misma historia y dos goles del eterno del Piero provocaron que se llevasen los tres puntos. Los blancos volvieron a disfrutar de ocasiones claras de gol que no supieron materializar y la sensación global de ambos partidos puede calificarse de intesamente decepcionante. No es que el Madrid exhibiera una imagen pésima, es que los transalpinos pasaron por encima de ellos y eso alimentaba las sospechas de que este equipo no está diseñado para la victoria en su torneo fetiche, la Champions. Torneo en el que la Juventus es solo un escoyo menor, teniendo en cuenta que el horizonte que se dibuja para alzarse con el éxito está jalonado por escuadras como el Manchester o el Chelsea que transmiten auténtico pavor con solo mirar sus alineaciones titulares. El problema no era tanto las dos derrotas, sino la perspectiva de fracaso que se vislumbraba. No obstante, al Madrid le basta con ganar en Minsk a la cenicienta del grupo y no perder en su feudo frente a los rusos para clasificarse a la siguiente ronda.

Lo mismo ocurre en Liga, de haber ganado ayer, el equipo presidido por Ramón Calderón y dirigido deportivamente por Pedja Mijatovic, hubiera firmado su mejor arranque liguero desde la temporada 1991/1992 y, pese a todo, si el Barcelona salda triunfalmente su compromiso frente al Recreativo, únicamente serán cinco puntos los que les separen al término de esta jornada, la undécima de liga aún, no lo olvidemos. Lo que verdaderamente inquieta no son los resultados sino la comparación con el club de la ciudad condal. Mientras ellos exhiben un fútbol preciosista y armónico, exultante de goles y espectáculo, con bríos renovados tras la marcha de Ronaldinho y Deco, salpicado de grandes actuaciones individuales de estrellas consagradas como Messi, Eto´o, Xavi o Alves, los blancos, se arrastran por los campos españoles transmitiendo una extraña mezcolanza de rabiosa apatía, carencia de ideas y fragilidad defensiva que solo es maquillada por una pegada incomprensible personificada en un poco fiable todavía Higuaín pese a que lleva más goles que Hugo Sánchez en la temporada en la que marcó 38, el récord hasta ahora.

Es decir, lo que falla en el equipo no son los resultados sino las sensaciones. Hasta este momento todo lo que ha ocurrido puede enmendarse, es, en cierto modo, irrelevante. Tanto las victorias como los fracasos, ese es el auténtico drama. Esta temporada ha comenzado viciada, las expectativas no se han correspondido en ningún momento con la realidad. De la llegada de Cristiano a la salida de Robinho media un abismo, y es en ese abismo en el que se cuelan todas las esperanzas, por eso, ante la menor dificultad, todo el mundo comenta: "Se veía venir".

Si la autoproclamada "mejor defensa del mundo" hace aguas se dice: "se venía venir", si el considerado por muchos como uno de los mejores mediocampos europeos no carbura, "se veía venir", si Van Nistelrooy se lesiona nada menos que para cuatro meses recayendo de una lesión que se produjo hace casi una década, "se veía venir", si el Barcelona de Guardiola, un entrenador debutante en el que casi nadie confiaba, realiza un fútbol majestuoso y exuberante, "se veía venir". Hasta perder contra un equipo de segunda B se veía venir.

Desde los despachos se debe transmitir la máxima confianza al aficionado y al futbolista, esa confianza que sirve para disfrutar de los triunfos y para llorar con ímpetu los fracasos en lugar con una triste e indolente comprensión. El diseño de la plantilla carece de fundamentos, no solo la marcha de Robinho y la peripecia absurda y denigrante de Cristiano que prologó otras similares en los casos de Cazorla, Capel y, sobre todo, Villa. También las renovaciones de por vida de jugadores como Raúl, Guti y Casillas, la renuncia a contratar a un lateral izquierdo y las dificultades que se están encontrando en las negociaciones contractuales con Ramos están minando al equipo y al aficionado. Ayer vimos a once hombres sin entusiasmo, no solo carecían de rigor táctico, el esquema es el mismo que el año pasado sirvió para conseguir el récord de puntos, carecen de lo que realmente diferencia a los ganadores de los perdedores, la ambición. Es como si todos y cada uno de los jugadores estuvieran gobernados por el desánimo, por la fatalidad. Desde la directiva se ha transmitido al vestuario este sentimiento, un sentimiento de caos y desorden institucional y deportivo que incluso ha llegado a redundar en el descrédito de algunos de los hombres más importantes de la plantilla. La auténtica razón de la marcha de Robinho no fue que se encontrase mal deportivamente sino que desde ningún ámbito supo valorarse su crucial y transcendente aportación al equipo en las dos ligas consecutivas y su ejemplo puede calar -quizá haya calado ya- en otros, transformando el vestuario en un polvorín.

¿Tiene Schuster la culpa? Apostaría a que con Cristiano y Villa nadie hubiera visto venir, es más, ni siquiera hubieran pasado, estos últimos 20 días fatídicos.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Truco o trato

La única conclusión positiva que puede sacar el aficionado madridista de este encuentro es que su equipo es capaz de puntuar en un partido en el que no ha existido en la primera parte y en el que estuvo muerto durante la segunda. No es poca cosa, bastaron la presencia fantasmal de Higuaín y la aparición desde la ultratumba de Raúl para ir mandando durante buena parte de la contienda y que, de no haber sido por la entrada de Crusat, para llevarse este choque con aire de sepelio.

Schuster pareció olvidarse de que el día de difuntos fue ayer y decidió alinear a Gago y a Diarrá juntos en el medio del campo. El argentino se asemejó más a un zombie que al excelente jugador que deslumbró frente a Atlético y Athletic, sus pases eran imprecisos y lentos, como el andar de estos peculiares resucitados, pero, a diferencia de éstos, no parecía sediento de sangre, pues le faltó hasta su garra habitual. En el caso de Diarrá vale decir lo mismo, pese a que estuvo algo más acertado en la faceta defensiva, cada balón que pasaba por sus piernas iba a parar de inmediato a las de cualquier rival que anduviera cerca de allí, sobre todo a Juanito, su tumba mientras se mantuvo en el terreno de juego. Generalmente suele perder tantos balones como recupera, lo cual ya que pensar, pero en el caso de hoy suma exactamente el doble de regalos que de zarpazos. Da aún más que pensar.

Tras treinta y siete minutos de lucha tan aguerrida como insubstancial en la medular llegó el gol del siete blanco. En el único balón que pudo salvar Sneijder, encimado por dos rivales permanentemente y sin noticias de sus compañeros, consiguió conectar con Raúl que trató de abrir a banda para el espíritu de Heinze. Lo hizo tan mal que Higuaín ganó en carrera a Chico y se hizo con el balón, tras un recorte consiguió ponerla de rosca, hacia adentro, rápida y certera. Raúl se lanzó en plancha y adelantó a los blancos tan merecida como inmerecidamente porque el Almería ofreció poco más que faltas y alguna delicatessen de Piatti durante los cuarenta y cinco minutos iniciales. Poco más se puede decir de un periodo en el que no hubo ni córners.




Tras la reanudación, Gonzalo Arconada decidió dar entrada a Crusat, lo cual supuso una auténtica revolución y un suplicio para Segio Ramos que ni siquiera se dignó a marcarlo, dado que prefirió estar en tierra de nadie, restando tanto en ataque como en defensa. Pronto avisaría el mediocampista catalán con una excelente combinación con Pialat que éste no acertó a rematar por un excesivo afán de lucimiento al querer hacerlo con el tacón y que, no obstante, sería el preludio del tanto del empate de los locales.

Antes de esta ocasión marrada, Pepe tuvo que ser sustituido por Metzelder, el cual volvió a deleitarnos con un recital de su ineptitud. Cuando apenas llevaba diez minutos sobre el campo demostró al mundo entero que se ha perdido un gran jugador de básket para perjuicio del fútbol. Un balón aparentemente fácil de controlar se envenenó entre su enorme cuerpo y fue a parar a sus manos en lo que fue un claro e involuntario penalty que el árbitro no señaló. Acto seguido un despeje de cabeza fue directamente a parar a las botas de Crusat que disparó alto y, por si fuera poco, pese a su gigantesca estampa, permitió que Soriano rematara con la testa un centro de Julio Álvarez solo ante Casillas.

El Almería atacaba y el Madrid no impresionaba a la contra, la ausencia de circulación en el centro del campo no fue subsanada por Guti, tan sombrío como el resto y con menos empuje que Sneijder, el relegado. Van der Vaart tampoco pudo aportar nada al juego del conjunto blanco, pues no le llegó ni un solo balón en el tramo final del encuentro digno de ser utilizado con el criterio y talento que presume. El desenlace se antojaba inevitable, los rojiblancos habían de empatar y lo harían merecidamente. Pialat no falló en esta ocasión y fusiló el arco de Casillas tras un centro de Crusat desde el lugar en el que debía estar presente el de Camas que quizá estaba pensando en su renovación multimillonaria y en lo que le va a decir al periódico la semana próxima...



Un partido infumable, bronco, áspero, mortecino incluso. Un tenebroso desfile de espectros blancos cuya crónica debería intitularse como si fuera una esquela. Una noche que no pasará a la historia y que más bien parecía la de Halloween y que finalmente se saldó un trato, pese a que apunto estuvo de llevarse arteramente los tres puntos el conjunto de Chamartín con un truco del Pipa.