Por suerte, la franja horaria en la que se ubican las carreras de fórmula 1 no es tan competitiva como el automovilismo, de otro modo, es muy posible que Fernando Alonso, con todo lo que nos ha hecho disfrutar, hubiera pasado ya al olvido. Afortunadamente para él y para los aficionados a este deporte vibrante y espectacular, los domingos antes de comer o durante la comida, hay pocas cosas mejores que ver y hasta que hacer que mirar como Fernando frustra una vez más sus y nuestras expectativas. Nos reconfortamos viendo como Hamilton sigue equivocándose una vez tras otra, como el tiempo ha dado la razón al asturiano y evidenciado hasta el extremo más dantesco la estulticia soberana de Ron Dennis y la inmadurez de su pupilo. Con todo, este es un premio menor. Acostumbrados, como estábamos, a verlo ganar carreras, a hacernos saltar del sofá ante su adelantamientos, a festejar sus triunfos en el mundial por todo lo alto, a callar a todo el que interrumpiera nuestra contemplación de sus éxitos con una explicación tan certera e incuestionable como que estaba corriendo Fernando, verlo arrastrase por la parrilla resulta bochornoso y no deja de provocar cierta pesadumbre, cierta compasión ante su figura. La de un hombre capaz de volar encerrado en una jaula de acero. Eso es exactamente su monoplaza, una jaula. Muchos queríamos que Fernando huyese de aquel suplicio que era MacLaren y regresase al lugar donde ha cosechado las conquistas que le han hecho célebre, pero no podemos dejar de arrepentirnos. Renault ha fabricado un coche mediocre, adecuado a un novato como Nelsinho, pero completamente inapropiado para un bicampeón del mundo y lo peor es que no parece que la escudería tenga posibilidades reales de competir con los grandes en mucho tiempo. Más vale que fiche por Ferrari al año que viene porque, de otro modo, creo que voy a dormir la mona un poco más los domingos por la mañana. Kimmi debería hacer lo mismo…
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