martes, 30 de septiembre de 2008

Pánico en el Petrovsky

El Madrid comenzó por el final, comenzó por la agonía, por la desesperada lucha por la victoria, por ese juego inquieto, vertical e inaprehensible para las defensas rivales, mezcla de casta, fuerza y un insobornable talento. Saltó al césped ruso como azotado por una corazonada, preso de una lúcida locura que lo llevaba a acosar la portería rival sin conceder ninguna tregua a su oponente, incluso con un descaro rayano en la desvergüenza teniendo en cuenta que en frente se encontraba una de las revelaciones del fútbol Europeo. Como si todo estuviera perdido de antemano, o, más bien, como si hubiera que recuperar heroicamente todo el crédito malgastado estos años en los que la Champions ha sido un erial de juego y resultados.

Los resultados de este apremiante dominio en el juego blanco no se hicieron esperar. Casi en la primera jugada del partido, Van Nistelrooy puso un centro templado a Higuaín. Éste remató de un modo excepcional, pero insuficiente, porque lo fue más aún más la estirada de Malafev que desvió el balón a córner, un excepcional portero rodeado de una pésima zaga. Sin solución de continuidad, de la Red conectó magistralmente con Van der Vaart con uno de esos pases que pasan desapercibidos porque se realizan a tal velocidad que nuestra mente es incapaz de imaginarlos, pese a que encubren una genialidad. El holandés recibió el balón, se encontraba apostado en la banda, tras sacar desde la esquina, todavía en la jugada iniciada por el testarazo de Higuaín. Centró al tumulto de piernas propias y ajenas que se concentraba en el área chica y Hubocan remató, antes de que lo hiciera Ruud, contra su propia portería.



El reloj solo había avanzado hasta el minuto tres, todavía no habíamos visto aparecer a ese diablillo llamado Arshavin y no tardaría en denotar su gran talento. El partido continuaba siendo del Madrid. Las internadas de Robben, las imprecisas y centelleantes jugadas de Van der Vaart, la potencia del Pipa y la amenazante presencia de Van Nistelrooy, ensortijadas por un inconmensurable, en estos minutos iniciales, de la Red no permitían que el Zénit se hiciera con el control del partido. Aunque resultara increíble a priori, todo presagiaba una goleada, pese a que los rusos dispusieron de alguna oportunidad, consecuencia de la inspiración dispersa de Danny y de las internadas de Sirl, la impresión que daba la contienda era la de que el Madrid la finiquitaría a la contra súbitamente. Sin embargo, todo era demasiado perfecto para ser real. Un error en el marcaje de Ramos tras un saque de banda propició que Arshavin se escapase y pusiera un balón calculado para que Danny, sobre la cabeza de Heinze, empujara el balón con un preciso e irrefutable toque en el aire, dentro de la portería. Sin demostrar nada fuera de lo común, el Zénit había empatado, como los grandes.



El choque empezó de nuevo, es decir, el Madrid volvió dominar el partido, le bastaron seis minutos de acoso para volverse a poner por delante en el marcador. Antes del gol, un chut potente y acre de Van der Vaart desde fuera del área fue rechazado por Malafeev. Higuaín se quedó mirando como la pelota se desvanecía a escasos centímetros, fue el único momento en el que se pudo echar de menos al capitán. Una nueva jugada de Van der Vaart, el mejor durante este periodo, provocó el segundo gol. Tras un centro por raso del mediapunta tulipán camino, probablemente, de ninguna parte, un zaguero ruso desvío la trayectoria lo justo como para que Van Nistelrooy, siempre avizorante, cazara la pelota dentro del área y resolviera con la ausencia de compasión que le caracteriza.



Antes de que expirase el primer tiempo el Madrid tuvo el descabello. Van der Vaart, con un sutil toque de tacón, que en él no es un lujo sino una especialidad, habilitó al Pipita para que marcase a placer. El joven delantero argentino, en ocasiones, parece no disfrutar del deleite si no es fatigoso y erró el disparo. De ese modo se llegó a la segunda parte, con la sensación de haber contemplado un espectacular film de acción en el que el Madrid fue el principal protagonista, bien escoltado -cierto-, por un poco menos que brillante elenco de secundarios.

El conjunto peterburgués salió del vestuario dispuesto a ofrecer una versión mejorada de sí mismo, mucho más parecida a la que mostró frente al Manchester. Sus acciones ofensivas continuaban siendo el producto aparente de las ocurrencias, esta vez más constantes, de Arshavin y Danny, acompañados esporádicamente por Dennisov y lanzados, todos ellos, por las incorporaciones relampagueantes de Sirl, que desquició a la línea defensiva blanca durante todo el partido.

El Zénit consiguió aprisionar al Madrid en un espacio microscópico de juego. Pepe, Cannavaro, Ramos y Heinze, regresaron a su posición natural, la de centrales, y se organizaron, reticular y ferozmente, para devolver todos y cada uno de los balones que Progrebniak no acertaba a rematar. El asedio sobre la meta de Casillas se debió parecer mucho al de los cosacos sobre las aldeas que tomaban. Con todo, el Madrid avisaba a la contra. Higuaín se marchó de su marcador con un amague en carrera digno del jugador de élite que promete, era el último hombre y se hallaba en la línea divisoria, condujo con potencia hasta el mano a mano con el portero y consiguió rematar, algo apurado ante su salida y la presión de los centrales que recuperaron rápidametne la posición. La pelota se marchó alta, le faltó un suspiro para entrar. El que debió exhalar Schuster cuando le entró el pánico al ver que no se producía el gol que hubiera dictaminado, justa y merecidamente, sentencia.

La encrucijada, seguir confiando en el sistema original y exponerse al hostigamiento en tromba del Zénit, manteniendo una rendija de lucidez en las contras, o ceder ante el temor que infunde el dios Pan y sustituir al mejor hombre hasta el momento en ataque, Van der Vaart, por un medio centro de contención, Javi García. Evidentemente; lo segundo. Si las ocasiones anteriores del Zénit habían sido clamorosas, puede considerarse prodigioso el hecho de que Arshavin lanzara al palo, que Danny fallase en boca de gol, que Pepe imantara su cuerpo para que todos los balones que colgaban Dennisov, Sirl o un menos destacado Ziryanov, se estrellasen contra su figura.

Como en el periodo anterior, el Madrid dispuso de buenas contras. El Zénit atacaba con todo y sus efectivos en la retaguardia, además de su consabida impericia, eran escasos, pero faltaba claridad. De la Red se desdibujó, desfondado físicamente durante todo el segundo tiempo y Robben, una vez declarada la anarquía, decidió hacer la guerra por su cuenta. El partido fue muriendo en medio del pánico en el área madridista, hasta el punto de que solo los errores, uno tras otro, de los atacantes del Zénit favorecieron que no se materializara en horror, ante la hipotética ocasión perdida de alzarse con una importante victoria.

Felizmente, pese a todo, el Madrid ganó, y ganó bien, pese a poder golear, poder ser goleado y provocar más de un ataque cardiaco entre los aficionados blancos. Es primero de su grupo con 6 puntos, le separan 2 de la Juve, que consiguió un pírrico empate en Borissov.

1 comentario:

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